"Un escritor nunca olvida la primera vez que acepta unas monedas o un elogio a cambio de una historia. Nunca olvida la primera vez que siente el dulce veneno de la vanidad en la sangre y cree que, si consigue que nadie descubra su falta de talento, el sueño de la literatura será capaz de poner techo sobre su cabeza, un plato caliente al final del día y lo que más anhela: su nombre impreso en un miserable pedazo de papel que seguramente vivirá más que el. El escritor está condenado a recordar ese momento, porque para entonces ya está perdido y su alma tiene precio". El juego del Ángel. Carlos Ruiz Zafón

domingo, 13 de noviembre de 2011

Campanilla

Iban uno junto al otro, como siempre. Las miradas distraídas y una conversación en decadencia desde que había salido de aquel lugar. Una charla amena que había acabado en silencio. Cada uno pensando en sus cosas y en nada a la vez. El camino se hacía largo y corto al mismo tiempo. Una suave ráfaga de viento frio rozaba sus caras, sus manos en los bolsillos de la chaqueta de cuero no conseguía aguantar el calor por mucho tiempo. Eran una sombra junto a la otra, su reflejo en el suelo de la luz tenue de las farolas de la calle era su única compañía. Estaban aproximándose al punto que separaría sus caminos, andaban con paso lento y arrastrando ligeramente los pies, se les notaba cansados de todo el día. Cuando llegaron a aquella esquina él se aproximó a ella para darle dos besos de despedida, entonces fue cuando la mente de la chica hizo realidad lo que llevaba pensando todo el camino. Cuando él se aproximó rozó con su mano izquierda la muñeca descubierta de el por la chaqueta remangada, posteriormente posó sus frías manos sobre su rostro y le besó. Lo hizo como nunca había hecho con alguien, en cuando su boca rozó sus labios todo cambió sobre la faz de su rutinaria vida. Sus lenguas se encontraron y ávidas y calientes prosiguieron un ritual perfecto al unísono que las trasportaba hasta alcanzar puntos de éxtasis de placer. Fue en el momento en que la punta de ella alcanzó su campanilla cuando el, dio un respingo, no se sabía muy bien si de miedo o de placer. Entonces ella asustada por haber hecho realidad su más básico pensamiento, y dándose cuenta de las consecuencias que le traería haber hecho uso en exceso de su pasión, se separó bruscamente de él , que ya la tenía rodeada de la cintura con las manos y salió corriendo pretendiendo olvidar lo que en un instante le había hecho tan débil y  tan feliz.

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