Exhibía sus heridas de guerra porque era lo único que le había quedado tras la batalla. Atrás había dejado su vida y todo lo que la conformaba. Ya nada tenia sentido. Su desgarrada alma lucia peor que sus magulladuras. La vida lo había abofeteado y allí estaba en el final de sus días intentando mantenerse en pie sin esperanza alguna de recuperar el pasado. No volverían aquellos días en los que los errores de su existencia no le recordaran lo que había perdido. Sentado en el banco de su celda, pensaba que hubiera sido de el de haber podido reconocer el camino correcto. Un camino que no hubiera sido una autopista hacia el infierno que le había conducido allí. Una alternativa al desenfreno y la locura de su juventud que le hubiera impulsado a pensar al menos dos veces las decisiones que tomaba. Elegir mejor sus compañías, haber huído del alcoholismo y las drogas , o quizá simplemente haber valorado más a su familia no habría dado lugar a verse entre cuatro paredes grises y rodeado de extraños, almas putrefactas y encerradas como escarmiento.
Vagaba sin rumbo fijo por aquellos pasillos, mientras oia los gritos de los otros presos a su alrededor. Intentaba explicarse a si mismo como había acabado allí, cómo se había vuelto tan dañino para si mismo y para la sociedad. Fue entonces,frente a su celda , cuando con determinación y sin vacilacion alguna sacó un bote de pastillas de su bolsillo, lo tragó con un poco de agua y se tumbó boca arriba en su catre a esperar que llegara su deseado fin.