"Un escritor nunca olvida la primera vez que acepta unas monedas o un elogio a cambio de una historia. Nunca olvida la primera vez que siente el dulce veneno de la vanidad en la sangre y cree que, si consigue que nadie descubra su falta de talento, el sueño de la literatura será capaz de poner techo sobre su cabeza, un plato caliente al final del día y lo que más anhela: su nombre impreso en un miserable pedazo de papel que seguramente vivirá más que el. El escritor está condenado a recordar ese momento, porque para entonces ya está perdido y su alma tiene precio". El juego del Ángel. Carlos Ruiz Zafón

domingo, 10 de abril de 2011

Tarde

Le miro fijamente desde la distancia. Está pensativo en algo que lo atormenta. Frente a él su mundo. Su música. Mientras yo le observo. No se da cuenta de ese detalle. Le miro las manos deslizarse por lo que toca. Su mirada inquieta que muestra sus enrevesados pensamientos. Sus labios apretados como si intentara que de ellos no saliera algo que no debiera. Se rasca el mentón, lo hace ya como un tic automático, es una manera de hacerse una idea de cómo va de rápido su cerebro, lo cual le provoca espasmos involuntarios como ese tic. Se encoge en si mismo, se acurruca entre la silla y el teclado. Habla. Y habla. No para de hacer eso hasta que corta la conversación y comienza el silencio. Se oyen las teclas. Entonces sube la música. Ligeramente. Regula habilidosamente los bafles, la base y la intensidad del sonido. Oído de músico. Su aspecto; rebelde, bohemio, romántico. Es la estampa misma del movimiento del XIX. Me mira e intenta analizar lo que pienso. Estoy en la cama recostada, mirando el poster de la fabrik, me entretengo mirando esa imagen. Me gusta. El ambiente es oscuro, luz tenue. La base suena. Me sumerjo en la música. Cuando estoy allí pierdo la noción del tiempo. Es un lugar aparte. Un sitio donde relajarse. Paz. Suena rap. De vez en cuando cierro ligeramente los ojos,  pero pronto vuelvo a abrirlos y le miro como concentrado hace mil cosas a la vez, es entretenido mirarle, y curioso. Me gusta hacerlo. Tarde de domingo. Por la ventana se observa como aun el día no ha terminado, leve luz natural que entra en la estancia y que poco a poco va oscureciéndose conforme pasa el tiempo… conforme pasan los segundos, los minutos, las horas… en un mundo aparte de todo . Pienso en besarle. Tengo vergüenza. Desecho la idea. Le vuelvo a mirar, me recuesto hacia atrás de nuevo y miro concentrada el dibujo de la fabrik. Me pregunta; “¿qué piensas?”, le contesto; “En nada”.