"Un escritor nunca olvida la primera vez que acepta unas monedas o un elogio a cambio de una historia. Nunca olvida la primera vez que siente el dulce veneno de la vanidad en la sangre y cree que, si consigue que nadie descubra su falta de talento, el sueño de la literatura será capaz de poner techo sobre su cabeza, un plato caliente al final del día y lo que más anhela: su nombre impreso en un miserable pedazo de papel que seguramente vivirá más que el. El escritor está condenado a recordar ese momento, porque para entonces ya está perdido y su alma tiene precio". El juego del Ángel. Carlos Ruiz Zafón

domingo, 27 de febrero de 2011

Te odio


Te odio. No se como hemos llegado hasta este punto, pero es este el único sentimiento que ahora mismo tengo hacia ti. Odio. Una sensación penetrante que se clava en mis entrañas como una hoja afilada de una espada y que poco a poco me hace exhalar sangre a soplos por la boca. Una llaga profunda sangrante en mi corazón que jamas te perdonará, y que nunca podrá olvidar. Una mente machacada por la atroz visión del abandono. Me has dejado sola y jamás podré olvidar algo así. Porque me prometiste que no lo harías, que siempre estarías a mi lado, que siempre tendría tus besos, tus abrazos, el olor de tus cabellos, la ternura de tus caricias y el sabor de tu boca. Pero me traicionaste, y te has ido, me has dejado con los brazos vacíos y el alma rota, todo por no querer luchar más y más allá de todo y de todos, te rendiste, y aquí me dejaste con los recuerdos de tu sonrisa, de tus besos, de tus palabras de tus risas, de tus lagrimas, de tus ilusiones, de tus sueños y de nuestro joven e impetuoso amor.
Soy una mujer abandonada, una más, sin remedio alguno. Soy otro ser a medias, me has robado la mitad del alma, me has arrancando el corazón, lo has hecho trizas y ahora me lo has devuelto pretendiendo que olvide el pasado. Cosa que jamás podré. Y todo por tu culpa, te rendiste ante la muerte, me prometiste que nada nos derrumbaría, que éramos una sólida torre en una alta colina, inexpugnable, nada ni nadie nos podría hacer daño. Pero te equivocaste de nuevo, el enemigo llegó, y asaltó nuestra muralla y no la supimos defender, y fue entonces cuando lo destruyó todo, minó nuestras defensas y nos dejó maltrechos en el campo de batalla. El cáncer llegó como flecha en llamas y penetró en tu corazón. Poco podría hacerse ya, el enemigo nos dio un ultimátum, ya era demasiado tarde, te llevó con el, me abandonaste me pediste que fuese valiente hasta el final, pero llegó el fin. Y ahora estoy sola, desarmada, vencida en medio del campo de batalla con la armadura maltrecha y sin ganas ya de luchar por nada más. He perdido la razón de mi ser, en la lucha contra la enfermedad he perdido al amor de mi vida.